Dr. Hugo Spadafora: ¡Su último combate! La dolorosa noticia y mi actuación
-Spadafora y su fatídico DÍA D -¿Cómo me entero del asesinato del que era mi amigo?... El día 14 de septiembre de 1985 manejaba mi auto camino al Cuartel Central, sede de la Comandancia de las Fuerzas de Defensa.
La primera columna que buscaba leer en el diario La Prensa, como lo hacía siempre, era la de Guillermo Sánchez Borbón, titulada “En Pocas Palabras”. La primera glosa que pude leer decía más o menos así: “familiares del Dr. Hugo Spadafora nos han informado que el conocido médico y opositor al régimen ingresó el día de ayer por Paso de Canoas y hasta el cierre de esta edición en horas de la noche no había noticias suyas”. Me estremecí por dentro.
Ya hemos explicado que conocíamos de sobra el temerario enfrentamiento que Hugo hacía contra Noriega. Pedí al conductor que acelerara para llegar lo más pronto a mi despacho. Casi corrí del garaje a la oficina y pedí a la secretaria principal, Ligia Alfaro, que llamara de inmediato al mayor Luis (Papo) Córdoba en David y me lo pasara al teléfono. Al minuto lo tenía en línea y enseguida lo increpé directamente: -“¿Qué carajos hicieron con el doctor Spadafora?” -Su voz, áspera, me respondió con un tono poco respetuoso (era uno de los engreídos de Noriega y él lo sabía): -¿Por qué me habla de ese modo mi coronel? Yo no sé nada del doctor Spadafora. No le creí en absoluto.
Sin embargo, sabía mi limitadísima capacidad de mando real; Noriega cambió las reglas y había Tenientes que mandaban más que Coroneles. Insistí en pedirle más explicaciones a Córdoba ante su negativa de informar sobre la suerte del médico (lo más probable ya asesinado a esas horas) Le agregué en un tono más enérgico: -“No te creo un carajo. Ustedes tiene preso o muerto a Hugo”. Su siguiente respuesta me irritó más, pero obviamente tenía que medir mis capacidades de reacción- colocándolo en un nivel del argot militar- “en mi volumen de fuego y movimiento, frente al poderío del que yo enfrentaba”.
La voz del cual a la fecha es Pastor Evangélico- de lo que nos alegramos mucho- tenía un eco irónico: -“Coronel, usted me está lanzando cargos temerarios”. -Le tiré el teléfono y un hondo sabor a amargura, cólera y frustración me invadió totalmente. ¡Yo no podía confrontar con armas a Noriega! Por simple intuición, la nota terrible de Sánchez Borbón me dijo que Hugo había llegado a su último destino. Noriega me llamó unos 15 minutos después de ese brusco diálogo; lo hacía desde París -aproximadamente a las 08:30 hora de Panamá y las 13:30 hora francesa.
Fingió sorpresa cuando me preguntó: -¿Hey, Roberto, qué es lo que te pasa con Córdoba que lo estas puteando? Obviamente el jefe de la Zona Militar de Chiriquí se había quejado ante su amo. Mis neuronas volaron a mil por hora y me dije en micro segundos “éste se está haciendo el pendejo. Con puro cálculo, le respondí: -“lo que pasa Tony es que secuestraron a Spadafora en Chiriquí y lo están negando”. Con la voz calculadora del reciente difunto éste me agregó: -“No te aceleres Roberto; a ese tipo le tienen mucha rabia un poco de gente, tiene demasiados enemigos. ¡Quién sabe dónde carajos está metido¡…
Era todo para el doctor y sus seres queridos. Esos minutos definieron gran parte del drama personal que me impuso el destino y también mucho de la historia posterior de Panamá La velocidad de los hechos se fue precipitando. Más que militar, que lo era, lo mío era la política; a esas alturas de mi partido y mi experiencia, no podía creerles nada, ni a Noriega ni a Córdoba; en verdad a casi a nadie. Con los teléfonos grabados reflexioné un poco sobre mis débiles posibilidades.
Casi siempre almorzaba en el cuartel, pero derrumbado internamente, me fui a casa. Sin duda mi esposa observó mi estado anímico antes de hablarnos. Todavía las noticias no se habían esparcido mucho; unas horas más tarde se fue conociendo más… Le dije a Maigualida: “esta vaina se tiene que terminar ya”. Pronto llegaron informaciones más apegadas a los hechos.
Las radios de Chiriquí en sus noticias comenzaron a denunciar – con mucha cautela- por el clima de temor que se vivía que el Dr. Spadafora había ingresado por Paso de Canoas, que lo habían detenido agentes de civil que viajaban en el Busito y que algunos testigos anónimos informaban que el médico mostró su cédula de identidad con su mano, mientras lo conducían al Cuartel en Concepción.
Hay varios libros y narraciones que describen de distintas maneras el vía crucis de Hugo y su final. Tragándome mis emociones encontradas, en horas de esa tarde del 14 de septiembre, cuando Hugo había sido posiblemente torturado y decapitado, y arrojado sin su cabeza en un potrero en tierra Tica a metros de nuestra línea, se me ocurrió llamar a la Magistrada Yolanda Pulice, designada en el Tribunal Electoral y a la cual yo había llevado con el general Torrijos hasta su inicial cargo de Jueza del Tránsito.
Era una abogada seria, casada con un profesional igualmente muy responsable y honesto. Por teléfono no quería hablarle ni una palabra, me limité a pedirle que me hiciera el favor de visitarme en casa para una conversación.
Unas dos horas después ella llegó y la introduje a un área privada y le hablé en monosílabos. No podía expresar casi nada; siempre demasiado desconfiado; ya a esas horas se conocía de la desaparición del médico. Sin duda ella percibía que ese era el tema, la miré fijamente a los ojos y ella está viva y esto lo he escrito en libros -fue mi Decana de Derecho en ULACIT, para terminar unas materias pendientes por el título de Licenciado-; mis palabras sin duda le impactaron demasiado: -“Yolanda, tu eres una mujer decente y además abogada, ¡Sabes que esto tiene que acabarse y no puede continuar! -“Estoy seguro que estremecí y comprometí demasiado a la amiga Magistrada de ese tiempo.
Asombrada por mi enérgica expresión me miró sobresaltada y me dijo únicamente: -“Tenga mucho cuidado Coronel”. *Busque mañana la octava entrega.
Roberto Díaz Herrera
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